
Las emociones positivas se describen como los buenos momentos que nos hacen sentir que llevamos una vida agradable. Lamentablemente, aunque algunas culturas actuales les atribuyen mucho valor, no bastan para asegurar el bienestar humano y la felicidad.
La mayoría de los investigadores que se han dedicado a estudiar las emociones se han centrado exclusivamente en las negativas y hasta cierto punto puede resultar lógico si consideramos que emociones como el miedo, la tristeza o la ira son señales de alarma que si se obvian sistemáticamente pueden generar problemas de una magnitud considerable. Desde un punto de vista evolutivo, las emociones y experiencias negativas pueden ser más urgentes, y por lo tanto, pueden anular las emociones positivas. Debido a que las emociones negativas a menudo reflejan los problemas inmediatos o posibles peligros, deben ser lo suficientemente potentes como para obligar a las personas a detenerse, aumentar la vigilancia, reflexionar sobre su comportamiento y cambiar sus acciones si fuera necesario. (Por supuesto, en algunas situaciones peligrosas, es más adaptativo responder sin tener una gran cantidad de tiempo para reflexionar). En contraste, cuando las personas se están adaptando bien al mundo, la alarma ya no es tan necesaria. Y las experiencias que promueven la felicidad a menudo ocurren sin mucho esfuerzo.
No obstante, no podemos dejar de lado el valor que las emociones positivas tienen para la supervivencia, precisamente porque son igual de importantes. Las personas, a menudo, damos por sentado una cierta cantidad de esperanza, amor, disfrute y confianza en nuestras vidas, porque estas son las condiciones que nos permiten seguir viviendo. Estas condiciones son fundamentales para la existencia, ya que si están presentes, cualquier obstáculo puede ser superado.
Además de todo esto, existen otras razones que explican el olvido al que han sido relegadas las emociones positivas en la ciencia. Por ejemplo, son más difíciles de estudiar, debido a que comparativamente son menos en cantidad que las negativas y a que son más difíciles de distinguir. Así, considerando las taxonomías científicas de las emociones básicas podemos identificar 3 ó 4 emociones negativas por cada emoción positiva. Ese balance negativo queda muy bien reflejado en el propio lenguaje cotidiano, de forma que cualquier persona tendrá siempre mayor dificultad para nombrar emociones positivas.
También existen diferencias en cuanto a la expresión de unas y otras. Así, las emociones negativas disponen de configuraciones faciales específicas y propias que hacen posible su reconocimiento universal (Ekman, 1989). Por el contrario, las emociones positivas no poseen expresiones faciales únicas y características. Incluso, a un nivel neurológico, las emociones negativas desencadenan diferentes respuestas en el sistema nervioso autonómico, mientras que las emociones positivas no provocan respuestas diferenciadas.
Otra razón que explica el desequilibrio entre el interés científico por un tipo de emociones frente a otras podemos encontrarla en la propia forma de abordar su estudio. Así, cuando los investigadores se han aproximado al estudio de las emociones positivas, lo han hecho siempre desde el marco teórico propio de las emociones negativas. Sin embargo, si abandonamos este marco teórico, encontraremos que las emociones positivas resuelven problemas relacionados con el crecimiento personal y el desarrollo. Experimentar emociones positivas lleva a estados mentales y modos de comportamiento que de forma indirecta preparan al individuo para enfrentarse con éxito a dificultades y adversidades venideras (Fredrickson, 2001). Afortunadamente, en los últimos años, muchos expertos han comenzado a investigar y teorizar en este campo, abriendo una nueva forma de entender la psicología humana.
Una de las teorías que de manera sólida representan esta corriente es la desarrollada por Bárbara Fredrickson. Esta autora reivindica la importancia de las emociones positivas como medio para solventar muchos de los problemas que generan las emociones negativas y cómo a través de ellas el ser humano puede conseguir sobreponerse a los momentos difíciles y salir fortalecidos de ellos. Según este modelo las emociones positivas pueden ser canalizadas hacia la prevención, el tratamiento y el afrontamiento de forma que se transformen en verdaderas armas para enfrentar problemas (Fredrickson, 2000).
Del mismo modo Peter Salovey y sus colaboradores (Salovey et al. 2000) también han estudiado el efecto de las emociones positivas sobre la salud. En este estudio, admiten con pesar, que debido a la polarización patológica que domina la investigación de campo, sabemos más sobre cómo las emociones negativas favorecen la enfermedad que sobre cómo las emociones positivas favorecen la salud. Sin embargo, por lo general la relación entre emociones positivas y negativas es inversamente proporcional, y sostienen que las emociones positivas pueden tener un carácter preventivo y efectos terapeúticos. La investigación considera que hay efectos directos entre el nivel de afecto y la fisiología y el sistema inmune de las personas, así como efectos indirectos del afecto, como son la estabilidad psicológica, los recursos sociales y la motivación que promueve comportamientos saludables. Uno de los estudios más interesantes indica que las personas con alto grado de optimismo y esperanza, en realidad, tienden a encontrar la información más desfavorable sobre su enfermedad, sin embargo están mejor preparados para hacer frente a la realidad.
Las emociones positivas, de esta manera, se entenderían en términos de aumento de los repertorios pensamiento-acción y describirían su función en términos de construcción de recursos personales duraderos (aumentan el alcance de la atención, cognición y acción). Isen (2000) mostró cómo las personas que experimentan emociones positivas muestran patrones de comportamiento inusuales: flexibilidad, creatividad, apertura hacia la información y eficiencia. También ocasionan preferencia por la variedad aceptando una extensa gama de cursos de acción. A otros niveles, las emociones positivas aumentan el bienestar psicológico y físico y son un recurso para compensar los efectos nocivos de las emociones negativas. Las emociones positivas facilitan la adaptación a la adversidad y esta adaptación supone satisfacción, la cual favorece más emociones positivas dando lugar a una espiral positiva (Aspinwall, 2001).
Como vemos hasta ahora, las emociones positivas tienen efectos beneficiosos tanto para la persona, ya que contribuyen a su bienestar y facilitan el desarrollo de habilidades, como para el grupo y la organización, ya que las emociones se comparten. Al igual que las negativas, Las personas que experimentan emociones positivas las transmiten a los demás generando un clima positivo de relaciones interpersonales, de ahí que podamos señalar la veracidad del dicho “ríe y el mundo reirá contigo”. (Salanova, M., Martinez, I.M. y Llorens, S. 2005)
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