Son Martin EP. Seligman y Mihaly Csikszentmihalyi quienes abordan la idea de la Psicología Positiva, sin embargo es Seligman quien desarrolla la Teoría del Bienestar.
Estudia en la Universidad de Pennsylvania a finales de los años 60, tras estudiar los grandes nombres de la psicología mundial, Martin EP Seligman se deja inspirar por uno de sus profesores, Aron T. Beck, una eminencia reconocida por muchos como el padre de la terapia cognitiva y un experto en su aplicación para tratar la depresión. La base del trabajo de Beck se apoya en la idea de que los estados depresivos tienen como causa los pensamientos negativos que tiene el individuo sobre lo que le pasa más que los eventos mismos que le ocurren.
Seligman se une a él en esa postura y pronto desarrolla la Teoría de “Learned Helplessness” (indefensión aprendida) y un modelo experimental para el tratamiento de la depresión. Éste consiste, de cierta manera, en contrarrestar esos pensamientos negativos a través de lo que llama las “disputation skills” (habilidades de disputa). La idea es que las personas aprendan a explicar o racionalizar los eventos que le ocurren de otra manera más positiva, que cambien su interpretación de los hechos y logren así superar la depresión. Así, una persona que está pasando por un divorcio doloroso, por ejemplo, en vez de centrarse en la idea de que fracasó, podría, a través del sistema de Seligman, usar sus “habilidades de disputa” internas y decir: “Fracasé, no hice todo lo que pude para salvar mi matrimonio. Pero mi mujer tampoco lo hizo” o “fracasé, pero si siguiéramos juntos seríamos infelices” en lugar de quedarse con la convicción de que fracasó y que el divorcio fue culpa suya.
Durante años, con esta nueva teoría en pie, Seligman fue creando y probando nuevas técnicas y ejercicios cognitivos que no sólo demostraron poder mejorar la vida de las personas depresivas sino que consiguieron prevenrla. Y hasta hoy en día sigue innovando.
“Soy una persona que toma de su propia medicina, cuando hay una nueva técnica la pruebo primero en mí mismo. Si funciona, la pruebo con mis hijos (tiene siete) y mi mujer. Y si funciona se la paso a mis estudiantes y empezamos a experimentar con ella. Tengo un gran laboratorio en mi casa” (Seligman).
Fue difundiendo su teoría y su modelo de intervención se convirtió en una referencia. Pero fue en 1990, al reunirse con el agente literario Richard Pine, cuando el psicólogo, a punto de publicar su segundo libro, dio sin sospecharlo un giro en la definición de su trabajo y dejó de ser un experto en depresión para convertirse en un especialista del optimismo.
“Te voy a hacer un regalo” le dijo entonces Pine: “Learned optimism (optimismo aprendido) es el título para tu nuevo libro”. Y así puso fin a la impresión que tenía Seligman de llevar años estudiando el pesimismo. La psicología positiva se estaba abriendo camino.
En 1998, con dos libros más sobre el optimismo en su haber y tras ser elegido presidente de la Asociación Americana de Psicología (APA), Seligman había avanzado lo suficiente en la investigación y la experimentación de su método de trabajo como para poder invitar a sus colegas a cambiar el acercamiento a la psicoterapia. Así lo escribió ese año en una columna para “The Monitor”, el boletín mensual de la APA.
“Quiero recordar que nuestra área se ha salido del camino. La psicología no es sólo el estudio de la debilidad y el daño, también es el estudio de la fortaleza y la virtud. El tratamiento no consiste sólo en reparar lo que está roto, sino en nutrir lo mejor que tenemos en cada uno de nosotros. Cincuenta años de trabajo con un modelo médico que se enfoca en la debilidad personal y el daño cerebral ha dejado a los profesionales de la salud mental mal preparados para hacer intervención. Necesitamos investigación masiva sobre la fortaleza humana y la virtud humana”, escribió en ese momento.
Cerca de quince años más tarde, Seligman ha permitido que el momento de la psicología positiva haya ganado adeptos a través del mundo. Hoy, asegura, las tasas de depresión están aumentando. Y aunque no haya una respuesta científica que explique ese ascenso, él tiene una interpretación personal:
“En las cultruas en las que el “yo” es muy importante y el “nosotros” muy pequeño, las personas cuando fracasan no tienen mucho consuelo. No tienen un Dios en que creer, no tienen una familia amplia en la que apoyarse, no tienen una comunidad a la que pertenecer y no tienen objetivos mayores que constituyan consuelos frente al fracaso individual. Creo que ésta es una constante en la vida y no tenemos buenos andamios espirituales en los que sentarnos para consolarnos cuando nos va mal”, explica.
Hoy, además, dice Seligman, existe una idea errónea de lo que es la felicidad. “Muchas veces la gente entiende que la felicidad es sonreír mucho y estar alegre y contento; yo creo que la gente aspira a mucho más que eso. La felicidad no implica sentirse bien todo el tiempo y si uno se interesa en las decisiones libres que toman las personas, éstas optan por muchas cosas que no las hacen felices”.
En una de sus conferencias explicó que hay cosas que elegimos hacer por nuestro propio bien. “Elegí un masaje en la espalda en el aeropuerto de Minneapolis recientemente porque me hizo sentir bien. Elegí el masaje en la espalda por el propio bienestar, no porque le dio sentido a mi vida. Muchas veces elegimos lo que nos hace sentir bien, pero es muy importante darse cuenta de que muchas veces nuestras decisiones no se hacen por el propio bienestar. Por ejemplo, decidí escuchar a mi hija de seis años dar un insoportable recital de música, no porque me hizo sentir bien, sino porque es mi deber como padre y le da sentido a mi vida”.
En 2002 desarrolla la Teoría de la Auténtica Felicidad, que se explicará en una nueva entrada.
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